El Dulcísimo Recuerdo y el arte de olvidar

Nivel Secundario

Estimadas autoridades del Nivel Secundario: Director y vicerrector Prof. Fabián Gómez, Prof. Gabriela Martino y Prof. Ramiro Videla, vicedirectores. Director de Pastoral Prof. Alejandro Olivera. Prof. Alejandra Paniagua, Directora del Primario, Prof. Cecilia Moor, Directora de Inicial, Director del Ateneo, Prof. Jorge Glavocic, Educadores todos. 

Estimadas familias y amistades presentes, 

Queridos chicos: 

En estos días mientras compartimos el ensayo para hoy me vino a la memoria la primera vez que tomé contacto con el “Dulcísimo recuerdo de mi vida”. Me encontraba haciendo el magisterio en el Colegio del Salvador cuando el Rector Ricardo Moscato me pidió preparar a los alumnos de 5to año para su acto de graduación con la canción y el recitado. Dije que sí sin saber en lo que me metía. La primera vez que la escuché me pareció algo curiosa. Nunca me imaginé que una pieza del siglo XIX tuviera sentido para jóvenes de 17 o 18 años en pleno siglo XXI. De hecho, me llevó tiempo entrar en la lógica del poema, pero más aún comprender el contraste que había entre lo que decía y la cultura de los chicos. 

Hasta que la tradición hizo su efecto formativo en mí. Las palabras con las que el rector introdujo el inicio de los ensayos tuvieron una solemnidad y una profundidad que me dejaron tieso. Pensé: no es sólo una canción y un recitado, cantar esta pieza musical es recibir el eco del tiempo que pone un eslabón más a la cadena de la historia de quienes pasaron por el Colegio. Cuando llegué aquí, los hijos de la Inmaculada también cantaban el Dulcísimo. Qué alivio, qué lindo, qué suerte. 

Cada vez que lo escucho me convenzo más de que el P. Alarcón SJ, cuando escribió para sus alumnos del Colegio del Recuerdo en Madrid esta composición allá por 1885 aproximadamente, logró un acto de empatía supremo que se convertiría casi en el código de reconocimiento de muchísimos exalumnos desde hace más de 100 años. 

El poema es un diálogo entre un joven y su Madre, la Virgen María, y comienza con una duda. Se pregunta si sus compañeros se acordarán de ella luego de atravesar “los tutelares muros”: “¿no serán a tu amor jamás perjuros, conservaran sus corazones puros, se acordaran de ti?”, se pregunta. 

Luego, la duda se transforma en temor. “Temo, no sé qué temo, por ellos y por mí”. Temor que le provoca el desconocimiento del mundo y porque le han dicho que la cosa afuera está brava, que el mundo es un lugar tramposo que esconde serpientes venenosas y frutos dulces de un veneno mortal, que el mar del mundo está lleno de escollos. Afuera todo parece hate, fake news, bullying

Pero el temor al mundo se combina con la incógnita que le provoca encontrarse, quizá un poco exagerado, con “hombres sin fe de corazón ruín” que con su deseo de riquezas y de fama se secan y terminan siendo traidores a la Patria y a su Dios. Hombres desconectados que sólo quieren vivir de fiesta, pasarla bien sin esfuerzos, saltarse los límites de la vida y terminan provocando enojo y dolor en el corazón de su Madre. (Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia).

Sin embargo, el P. Alarcón advirtió con sus 40 años bien puestos, mientras componía el poema, que el corazón del futuro exalumno no sólo temía por el mundo al que salía o por los hombres malos que había allí, sino por su propio corazón. El temor, la incógnita, ahora recaen sobre él mismo. El joven sospecha ahora que la ingratitud de sus compañeros también es la suya, que las dificultades para ser quien quiere ser en la vida pueden haber causado desilusión y pena. Entonces, lanza, casi como disculpándose: “¡No quiero ser así!”

Quién sabe si la experiencia existencial de la paradoja que habita el protagonista del Dulcísimo no es la misma que vivió Alarcón en sus años de juventud cuando debía decidir si ser un exitoso violinista de concierto o ingresar a la Compañía de Jesús. O tal vez, ya percibía en sus alumnos las hiperexigencias, las ansiedades, las perezas y las seducciones de los manipuladores de sueños.  

Pero volvamos al poema. Una vez logrado el clímax de emociones, el recitador cae en la cuenta de que hay una salida al miedo, a la incertidumbre y a la contradicción personal en la que se ve inmerso junto a sus compañeros de la edad feliz: el amor a la Virgen que lo sostiene en la respuesta de vida, en el cariño que le tiene, en la lucha y en el reconocimiento de su debilidad. 

El poema cierra con el casi exalumno pensando, con su adolescencia fresca y plena, en la muerte. “Hasta que muera, Madre, hasta que muera, me acordaré de ti” repite su promesa. Finalmente, su largo adiós, hecho canto, concluye la pieza musical con un tono verdaderamente nostálgico y dramático. Ha terminado una etapa. 

El recuerdo de la Madre, que es también todo lo que lo formó para vida en el Colegio, será su sostén en el camino que comienza a transitar y hasta el final de su vida.

Queridos chicos, les deseo que lleven para siempre el dulcísimo recuerdo de lo mejor que han experimentado aquí durante estos años. No como una pieza de museo que lustran con el paso del tiempo para juzgar el presente que les toque, sino como una fuente de agua pura en los momentos de sed. 

Un recuerdo que los sostenga en las opciones éticas de la vida, en las encrucijadas de los afectos, en los horizontes que vean. Que los anime en el fracaso, en la lucha diaria por buscar seguir la propia vocación, en los cambios que toque asumir. 

Un recuerdo que sea no dulce, sino dulcísimo, sabroso, lleno de anécdotas alegres y divertidas, de amistades intensas, de reencuentros, de charlas profundas, de experiencias de superación. Que sea un recuerdo enriquecido, poblado de nombres y sabio.  

Un recuerdo que los ayude a madurar en un mundo que infantiliza la adultez porque le tiene miedo a las decisiones libres, justas y generosas con la vida. Que sea un recuerdo que los anime a ser auténticos.

Un recuerdo que les dé impulso para plantarse frente a las injusticias, para optar por la solidaridad siempre, y les permita llorar el propio egoísmo casi como una consigna de vida, al ver a tantos que no tendrán ni por asomo las oportunidades y privilegios que recibieron gratuitamente, sin mérito alguno.  

Un recuerdo que los traiga de nuevo ante el cuadro de nuestra Madre de los Milagros para pedirle que los lleve cerca de Cristo para ser hombres verdaderos, plenos, sólidos. Un recuerdo que los abra a compartir su vida con otros, a ser fecundos, a amar hasta el final. 

Un recuerdo que los invite a confiar en sus talentos, habilidades y esfuerzos, a agradecer lo que Dios hace en este mundo por cada uno de nosotros y que, para quienes tienen la mirada purificada por el sacrificio, se torna una casa para habitar y construir con paciencia y constancia. 

Y como todo no se puede recordar, como nos enseñó Borges en su cuento “Funes el memorioso”, también sepan olvidar para hacerle lugar al perdón, a la sanación y la libertad real. Olviden aquello que les provoque rencor, enojo y los trabe en la queja inútil. Olviden pronto los defectos de los demás para no caer en la trampa de juzgarlos sin mirar los propios. Olviden lo que vaya a contramano del “con y para los demás”, y les exija ir contra y sin los demás. Olviden las propuestas deshonestas que los inciten a sacar ventaja a costa de los más débiles o los tienten con algún tipo de superioridad moral. Olviden las invitaciones a la superficialidad, al matoneo y la cobardía de no hacerse cargo de los errores. Olviden las reglas del consumo irrestricto, del maltrato y la agresión que la sociedad parece cumplir mejor que cualquier mandamiento. Olviden las palabras que no tratan a la mujer como el hijo trata a su madre en el poema. 

Ojalá olviden, queridos chicos, como Dios hace con nuestras miserias, para poder empezar de nuevo. Y entonces podrán recibir la bendición del dulcísimo recuerdo que hoy los ve partir.

P. Emmanuel Sicre, SJ.
Rector

 

Texto completo del Dulcísimo: 

Dulcísimo recuerdo de mi vida,
bendice a los que vamos a partir…
recibe tu mi adiós de despedida,
y acuérdate de mí!

Lejos de aquestos tutelares muros,
los compañeros de mi edad feliz,
¿no serán a tu amor jamás perjuros,
conservaran sus corazones puros,
se acordaran de ti?

Más siento de alejarme una agonía,
cual no la suele el corazón sentir…
¿En palabras de niño quien confía?
Temo… no sé qué temo, Madre mía,
por ellos y por mi.

Dicen que el mundo es un jardín ameno,
y que áspides oculta ese jardín…
Que hay frutos dulces de mortal veneno,
que el mar del mundo está de escollos lleno…
¿Por qué estará así?

Dicen que por el oro y los honores,
hombres sin fe, de corazón ruin,
secan el manantial de sus amores
y a su Dios y a su patria son traidores…
¿Por qué serán así?

Dicen que de esta vida los abrojos
quieren trocar en mundanal festín;
que ellos, ellos, motivan tus enojos.
Y que ese llanto de tus dulces ojos
los causan ellos, ¡si!

Ellos, ¡ingratos!, de pesar te llenan…
¿Seré yo también sordo a tu gemir?
¡No! Yo no quiero frutos que envenenan,
no quiero goces que a mi Madre apenan.
¡No quiero ser así!

En los escollos de esta mar bravía
yo no quiero sin gloria sucumbir;
yo no quiero que llores por mi un día,
no quiero que me llores, Madre mía…
¡No quiero ser así!

Y mientras yo responda a tu reclamo,
mientras me juzgue con tu amor feliz,
y ardiendo en este afecto en que me inflamo,
te diga muchas veces que te amo,
¿Te olvidarás de mí?

¡Ah, no, dulce recuerdo de mi vida!
Siempre que luche en peligrosa lid,
siempre que llore por mi alma dolorida,
al recordar mi adiós de despedida,
¿Te acordarás de mí?

Y en retorno de amor y fe sincera
jamás sin tu recuerdo he de vivir.
Tuya será mi lágrima postrera.
Hasta que muera, Madre, hasta que muera,
¡Me acordaré de ti!

Tu en pago, Madre, cuando llegue el plazo
de alzar el vuelo al celestial confín,
estrechándome a ti con dulce abrazo,
no me apartes jamás de tu regazo.
¡No me apartes de ti!.

Dulcísimo recuerdo de mi vida,
bendice a los que vamos a partir…
recibe tu mi adiós de despedida,
y acuérdate de mí!

Adiós, Madre mía, adiós, adiós. 

Julio Alarcón Menéndez, SJ (1843-1921)

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